domingo, 8 de julio de 2007

Capitulo 2: Sucesos en el Callejón Knocturn



La tarde comenzaba a caer y el cielo se había vuelto de un rojo anaranjado. Jaliet había llegado a la estación del pueblo con hambre, fatigado; y no podía comprar nada para comer porque el poco dinero Muggle que tenía le alcanzaba solo para comprar el boleto del tren que lo llevaría a Londres. Mientras descansaba apoyado en la garita de los pasajes pensaba en algo que le daba vueltas y vueltas en al cabeza; aquella conversación que su padre había sostenido meses atrás con el Señor Phelps sobre unos transladores ilegales en el Callejón Knocturn.

- Cobran un poco de oro y ellos te mandan donde quieras – decía Billius- pero no siempre es seguro.

Pensando en aquello, Jaliet había decidido ir a Londres para pedir uno de esos transladores y que lo llevara al único lugar al que podía ir en una situación como aquella; a la casa de su tía Esmeralda en España.

- “Tren con destino a Londres, favor de abordar”

Jaliet escucho la llamada del guarda para abordar el tren y, tomando sus maletas, se encamino hacia la primera puerta que vio. Mientras el tren se ponía en marcha, meditaba sobre todas las cosas necesarias para que su plan resultara y, como había calculado, lo primero que haría cuando llegara era ir al Callejón Diagon y hacer una pequeña visita al banco para magos Gringotts; aunque él no tenía dinero depositado ahí, pero sabía como conseguirlo. Hace algún tiempo atrás, Jaliet había tomado la precaución de sacar una copia de la llave de la bóveda que su padre tenía en el banco en el banco repleta de oro; así que con eso ya no tenia problemas con el dinero; además lo necesitaba, porque sabia de antemano que conseguir aquel translador no le saldría gratis.

Había comenzado a llover de una manera torrencial, y las grandes gotas golpeaban contra el vidrio de la ventana donde Jaliet dormitaba con la cabeza apoyada, y la luz que lanzaban los rayos como un flash, hacían que sus rostros tuvieran destellos blancos por momentos.

El tren fue deteniéndose lentamente y con el remeson de la última frenada Jaliet despertó con un sobresalto. Ya se encontraba en Londres, bajo una tormenta horrible y con el estómago rugiendo. Jaliet tomo sus maletas y camino calle arriba, con a la lluvia golpeándole la cara. No había casi nadie en las calles, no porque fuera tarde ya, sino porque la lluvia estaba cayendo a baldes llenos. Subió por una de las calles ladera arriba y se encontró con un sucio letrero que rezaba: “El Caldero Chorreante”; Jaliet abrió la puerta y se encontró dentro de una cavernosa taberna vacía, donde un hombre encorvado lo miraba con desconfianza.

- Buenas tardes.- dijo Jaliet al hombre- Usted debe ser Tom, ¿verdad?

- Así es- contesto el tabernero- y tú eres…

- Jaliet Strangerdestiny- contesto el chico

- Vaya- se sorprendió Tom- el hijo de Billius. Qué haces por aquí a estas horas muchacho.

- Voy de…vacaciones.- mintió Jaliet- Me gustaría ir al Callejón Diagon, si no es mucha molestia, Tom.

- Claro, cualquier cosa por el hijo de uno de mis mejores clientes. Acompáñeme.

Jaliet siguió a Tom a través de la taberna con un tanto de dificultad porque debía esquivar las mesas para no golpearlas con las maletas. Salieron por una pequeña puerta que daba a la parte trasera del bar, donde no había mas que dos tachos de basura y una enorme pared de ladrillo; Tom saco una raída varita del cinto de sus pantalones y tocó con ella algunos ladrillo: tres arriba, dos abajo y tres golpecitos en la pared, en el centro comenzó a formarse un orificio que los ladrillos iban haciendo mientras se movían para dejar paso; Jaliet le dio las gracias a Tom y atravesó por el umbral.

Una callecita desigual y llena de tiendas apareció ante sus ojos; los magos y brujas que por ahí caminaban se veían felices y tranquilos.

- Genial- dijo Jaliet con una sonrisa y comenzó a desfilar por la calle en dirección a un enorme edificio de marfil con un gran letrero que rezaba “Banco para Magos GRINGOTTS”.

Un pequeño duende vestido con un traje negro le dio las buenas tardes y le abrió la puerta. Adentro había más de cien duendes, con orejas puntiagudas y narices afiladas; algunos de ellos se paseaban de aquí para allá con enormes libros en precario equilibrio por sobre sus cabezas, otros estaban sentados detrás de los mostradores pesando oro y joyas y midiéndolos en pequeñas balanzas de cobre con sumo cuidado; Jaliet se acercó a un duende de estaba desocupado y, intuyendo que aquello no sería fácil, comenzó a hablar:

- Buenas tardes- le dijo al duende.

- Buenas tardes- contestó de forma suspicaz el hombrecillo.

- Vengo a hacer un retiro de la bóveda 204- dijo Jaliet con elegancia.

- Nombre del dueño- preguntó el duende.

- Billius Strangerdestiny- contestó Jaliet.

- Y supongo que usted no es el señor Strangerdestiny, o me equivoco- dijo el duende meditabundo.

- Soy su primogénito- aclaró Jaliet.

- Lo siento mucho, pero la bóveda 204 es de alta seguridad y solo el propietario puede venir a…

- Y si le digo que mi padre esta en San Mungo y necesitamos el dinero con urgencia- mintió Jaliet lacónico.

- Pues, debería tener un papel que certifique que…

- Por Merlín- rugió Jaliet- mi padre se esta muriendo y yo debo enviarle ese dinero a mi madre antes de irme en busca de mi familia para que estén con él en sus últimos momentos de agonía- y termino todo aquello de una manera muy convincente.

El duende lo miró por unos segundos, como tratando de decidir que hacer y luego agrego:

- Trae la llave al menos.

- Si, señor.

- Bien. Griphook- le dijo a un duende que pasaba por ahí en aquel momento- acompañe a este joven a la bóveda 204.

- Muchas gracias, señor- y con una leve inclinación de cabeza, Jaliet siguió al duende llamado Griphook.

No había sido tan difícil después de todo; aunque sabía que los duendes era los seres más desconfiados del mundo, también sabía que a ninguno le gustaría sentirse culpable por la muerte de alguien que ni siquiera le interesaba.

- Bóveda 204- informo Griphook cuando se detuvieron frente a una enorme puerta negra.

- Extraño lugar para una bóveda- comentó Jaliet al percatarse de donde estaba.

Contrario a lo que sabía sobre las bóvedas de Gringotts, la numero 204 no era una cámara acorazada escondida a mas de mil kilómetros debajo de la tierra y custodiada por enormes dragones; al contrario, la bóveda estaba ubicada en un iluminado pasillo de paredes doradas.

- No creen que es muy sencillo que alguien entre a robar aquí- le pregunto Jaliet al duende.

- No lo creo así. Al contrario de lo que muchos magos tontos creen, las bóvedas de seguridad tienen poderosos hechizos y no solo se usa la llave para abrirla, cualquiera que no sea un funcionario del banco moriría antes de dar vuelta la llave.

- Es una suerte el estar contigo entonces- soltó Jaliet de manea irónica.

El duende colocó la llave en la ranura y luego coloco ambas manos sobre la puerta; un vapor de color verdoso comenzó a salir desde debajo de la puerta, la que se abrió enseguida. Jaliet echo un vistazo y se maravillo de la gran cantidad de oro que rodeaba la cámara; montañas y montañas de galleons esparcidas por todo el lugar, sickels y knuts amontonados por todas partes. Sin pensarlo dos veces, Jaliet se quitó la mochila que llevaba en la espalda y la abrió, se dirigió a una de las montañas y comenzó a vaciar el oro dentro de la mochila.

Afuera, en el Callejón, las tiendas ya habían comenzado a cerrar cuando Jaliet salió por la puerta principal del banco con una amplia sonrisa y la mochila repleta de oro mágico. Comenzó a subir por la calle hasta que diviso un letrero con la oración “Callejón Knocturn” escrita en ella; Jaliet doblo por la esquina y se encontró con una callecita mas pequeña y angosta que el Callejón Diagon, pero igual de abarrotada de tiendas, aunque aquella tiendas eran muy diferentes a las otras, había algo en aquel lugar que a Jaliet no le causo gracia; si hubiera sido otra persona incluso, quizá hubiese preferido no continuar su camino y devolverse, pero Jaliet no haría eso ay que él estaba decidido a irse a España a como diera lugar. Siguió caminando por el sendero y la calle se volvía más y más oscura a medida que avanzaba; las vitrina de las tiendas se encontraban asquerosamente sucias y dentro de ellas se podía distinguir, de forma borrosa, extrañas formas. Luego de que Jaliet pasó las tres primeras tiendas, los magos y brujas que se encontraban dentro de ellas salían a husmear para tratar de saber quien era aquel chico que se paseaba tan tranquilamente por las calles de aquel siniestro lugar.

- Se te ofrece algo jovencito- dijo un sucio mago a Jaliet cuando se cruzo con él cerca de Borgin y Burkes

- Si. Me gustaría saber donde puedo encontrar un translador- El mago miro astutamente al chico.

- Eres del Ministerio- preguntó el mago con recelo.

- Señor, cree usted que un chico que aun va a la escuela pueda trabajar en el Ministerio.

- Si quieres un translador muchacho, yo te lo puedo proporcionar, pero no te saldrá gratis, sabes.

- Tengo dinero para pagarlo.

El mago le hizo señas con la mano para que Jaliet lo siguiera por una oscura callecita un poco alejada de la calle principal y que quedaba escondida detrás de unas cajas de cartón vacías. Jaliet siguió al hombre cada vez adentrándose más en la oscuridad del lugar, hasta que llegaron a un terreno desolado y oscuro; Jaliet había comenzado a sentirse un tanto incomodo con la situación y todo aquello le había comenzado a dar mala espina.

- Ahora, muchacho, dime a donde quieres ir que necesitas un translador con tanta urgencia.

- A España- contestó Jaliet dudando un poco en haber dado esa respuesta.

- Vaya, vaya; necesitaras mucho oro para pagar un translador hasta ese lugar

- Ya le dije,- explicó Jaliet- tengo el dinero para hacerlo.

- Pues en ese caso- dijo el sucio mago de manera burlesca, mientras con su mano derecha hacia señas, como llamando a alguien.

Cinco magos vestidos con harapientos trajes salieron de las sombras y con sus varitas empuñadas apuntaban a Jaliet.

- Así que el muchacho tiene mucho oro- exclamó uno de los magos, que se encontraba particularmente sucio- pues, es muy peligroso que andes por ahí cargando tanto dinero niño.

- Donde tienen el translador- preguntó Jaliet

- En ninguna parte- contestó el mismo mago- que creías.

- Que eran unas buenas personas, pero veo que no es así- comento Jaliet con sosiego- les doy nueve Galleons por el translador.

- No seas idiota, muchacho.

- Diez Galleons y ni un centavo mas- continuó Jaliet encogiéndose de hombros.

- Ya basta de charlas- dijo un mago de cabello gris apelmazado.

Los seis magos se lanzaron sobre Jaliet y él, de una forma casi felina, dio un salto hacía atrás y soltó sus maletas para sacar su varita del bolsillo de sus pantalones.

- Atrapen a ese chiquillo- gritaba el mago que había guiado a Jaliet hasta ese escondido lugar.

Un montón de hechizos comenzaron a salir disparados en distintas direcciones y chocaban contra las paredes o hacían explotar cajas y tachos de basura. Jaliet, aun con la mochila llena de oro en sus espaldas, se agachó justo en el momento que un rayo rojo pasaba rozándole la coronilla y logró apuntar a uno de los magos con un hechizo que le dio de lleno en el pecho y cayo al suelo con un gran estruendo.

- ¡¡Desmaius!!- gritaba otro de los magos mientras agitaba su varita como si fuera un látigo y Jaliet esquivaba los rayos como si estos no fuesen mas que brisa, y con un rápido movimiento se quito la mochila y la lanzó dentro de una caja, quitándose con eso, el peso que le impedía moverse libremente.

Giró sobre si mismo y comenzó a correr hacia los andrajosos magos. Tomó a uno del cuello de la raída túnica y lo lanzó contra el piso lo más fuerte que pudo, mientras que lanzaba hechizos con su varita a otros dos. El mago que había sido lanzado al suelo comenzó a sangrar por un corte que se hizo en la cabeza y, con mucho esfuerzo, (y un poco mareado) logró ponerse de pie, pero solo para que un rayo aturdidor lanzado por uno de sus compañeros le diera en la cara por error y volvió a tumbarse en el piso. Jaliet volvió a agitar su varita lanzándole un hechizo aturdidor a otro mago y, corriendo en dirección al único de los seis magos mendigos que quedaban de pie, lo tomó por el cuello y lo azotó contra una de las paredes cercanas.

- El translador, lo quiero ahora- dijo Jaliet sonriendo.

- Estas loco- dijo el mago con el rostro cubierto por el miedo.

Jaliet le puso una botella de cerveza de manteca, que se encontraba vacía, en las manos y nuevamente le dijo que quería su translador o de lo contrario lo dejaría en un estado mas deplorable que el de sus compinches; el hombre, con miedo, alzó su varita y dijo: “¡Portus!”; la botella tembló y emitió un brillo dorado por un momento y luego quedó tan sucia como al principio.

- Gracias- dijo Jaliet y soltó al mago, quien quedo tendido en el piso.

El chico fue hasta la caja donde había dejado la mochila con el dinero y volvió a colocársela en la espalda, luego tomó sus maletas y volvió al lugar donde estaba la botella, quieta sobre el frió y enmohecido piso, pero cuando se estaba agachando para tomarla, unos hombres con uniformes del ministerios de la Magia le ordenaron que no se moviera; Jaliet, haciendo gala nuevamente de su gran habilidad para no acatar las ordenes de nadie, les sonrió a los funcionarios y con el dedo índice toco la boca de botella y antes de que alguien se diera cuenta de lo que había sucedido, Jaliet ya había desaparecido.



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